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Teleología del laberinto

(Desinformación, paranoia y posmodernidad)

Por Gorka Lasa

 

«Naturalmente, las personas se adhieren más a las doctrinas

que exigen el menor esfuerzo propio y el menor uso de su propia razón,

y, por consiguiente, que se puedan acomodar mejor a sus inclinaciones».

Immanuel Kant

 

Sabemos que algo está profundamente mal. Sabemos que el futuro está amenazado por una jauría de crisis simultáneas, complejas y potencialmente terminales. Sabemos que el mundo está injustamente dividido y que hemos permitido que la desigualdad, la corrupción y el egoísmo campeen a sus anchas. Sabemos que el planeta camina hacia la debacle climática y decidimos mirar hacia otra parte. Sabemos que nuestras instituciones y estructuras democráticas agonizan. Sabemos que la hecatombe nuclear es una horrorosa posibilidad. Sabemos que los medios de comunicación nos mienten en favor de unos pocos, esos pocos que siempre han puesto los intereses del capital y el poder por encima de la dignidad humana. Y, a sabiendas de esto, persistimos en un consumismo desenfrenado y en una evasión absurda, ciega y hedonista que no puede llevarnos a ninguna otra parte que a la extinción.

Ante este oscuro panorama, es enteramente lógico sentir preocupación por el destino del planeta, buscar respuestas a los males que nos aquejan y tratar de desenredar el nudo gordiano de nuestro presente. Ahora más que nunca, necesitamos defender tanto la razón como el conocimiento y la sabiduría ganados con grandes sacrificios, a lo largo de la historia. Pero también en esta búsqueda de respuestas, en el tránsito disperso de su proceder, es donde se esconde la peligrosa patología que pretende señalar este breve ensayo,

Entre los incontables males que nos aquejan y las numerosas asignaturas pendientes de nuestra fragmentada posmodernidad, se encuentra el alarmante estado de disonancia cognitiva que afecta a una parte considerable de la humanidad. Individuos y comunidades han ido cayendo en el laberinto de una inevitable e incomprendida realidad tecnológica. Asistimos atónitos a una nueva forma de esclavitud, que con sus redes sociales, inteligencias artificiales, realidades virtuales y burbujas informáticas algorítmicamente potenciadas fomentan espejismos digitales que viralizan una anticultura de la sospecha que está corroyendo los cimientos de las instituciones democráticas, generando extremismos, echando atrás lustros de conquistas sociales y atizando una profunda polarización social, que erosiona de manera irreparable las fibras cohesionantes de la cultura moderna. Nos encontramos perdidos en un laberinto sintético y autogenerado de dimensiones colosales, incapaces de distinguir lo cierto de lo falso, y, en esta ocasión, hemos perdido el hilo de Ariadna.

Extraviados en los meandros de este megalaberinto de información indiscriminada, deambulamos a ciegas tratando de encontrar una salida, algo que calme la ansiedad de la incertidumbre y, de este modo, salvarnos del minotauro, que no es otra cosa que la onerosa realidad incomprensible que sentimos fatalmente inminente. Así, nos entregamos a la labor de tratar de sofocar el miedo y la paranoia producidos por el rápido y cambiante clima de perplejidad planetaria, y es en este proceso donde muchos se ven atrapados en las redes de antiguas lógicas y narrativas recicladas, hoy caducas, siempre simplistas, superficiales y generalizadoras, que intentarán de nuevo dar respuestas de manera instantánea, fantástica y emotiva a la persistente sensación de inseguridad existencial tan característica de la condición humana.

Uno de los postulados de la lógica convencional indica que: la «correlación» no necesariamente implica «causación». Y es que en muchos casos correlacionamos de manera superficial y antojadiza datos y hechos, llegando a conclusiones parciales o erradas, y deduciendo en consecuencia causas que en muchos casos no existen. Al buen observador, no se le escapará el hecho de que la mayoría de las tesis conspirativas que infestan la internet son, en realidad, una orgía superlativa de correlaciones infundadas y asociaciones aparentemente implícitas que, a primera vista, parecieran tener cierta lógica intrínseca y homogeneizante, y que, con un poco de intencionalidad y manipulación, nos obligan a dar saltos de fe como prerrequisito para poder despertar y entonces entender las supuestas causas ocultas que explicarían el penoso estado de cosas en que nos encontramos. Entonces nos sobreviene el proverbial sobresalto heurístico ―«¡Aja!, ¡lo sabía!»― confirmando que esos entramados que la conjeturada teoría nos pretende exponer son incuestionables y, por lo tanto, ¿toda la fábula tendría que ser cierta?

Y he aquí el quid de la cuestión, la mayoría de estas hipótesis del complot poseen en casi todos los casos fragmentos de verdad tomados del sinnúmero de problemas y crisis que nos aquejan. Luego, estos serán reinterpretados, correlacionados y empacados de manera sensacionalista y multimediática en gigantescas envolturas de falsedades, medias verdades, relativismos, hipérboles emocionales y analogías ideológicas que luego son trasmitidas de forma viral dentro de cajas de resonancia digital a grupos afines y receptivos. Estas teorías aparentemente lógicas, se estructuran cínicamente dentro de narrativas manipuladas con el claro propósito de justificar prejuicios, ideologías extremas, supersticiones, delirios escatológicos y, en los casos más perniciosos, como armas de operaciones psicológicas entre naciones, orientadas a sembrar la duda, debilitar la democracia y fomentar el caos y la desintegración social del adversario.

Estas cápsulas de desinformación siempre contienen proposiciones seductoras y fantásticas, presentadas de manera simplista, digerible y con una poderosa capacidad de entretenimiento. Estas aparentes y empáticas revelaciones están específicamente diseñadas para saltarse el análisis racional y producir una rápida respuesta emocional o visceral, de este modo, ya no razonamos la realidad, sino que, arrastrados por las increíbles y terribles aseveraciones de la lógica conspirativa, abandonamos un sano pragmatismo y procedemos a sentir lo que queremos creer, y de este modo aceptamos mentiras como verdades, porque en el fondo no podemos negar que estas temibles posibilidades producen en nosotros fuertes emociones, y ¿todos sabemos que nuestros sentimientos nunca nos engañarían?

Por esto, el desconcierto general y el temor al cambio parecieran justificar la irracional resistencia a nuevas formas de pensamiento y transformación social. Y, como un mecanismo de autoprotección y ciego negacionismo, resultan, de manera desatinada, en la aceptación de formas distorsionadas de la realidad; fanatismos, extremismos, totalitarismos, anacronismos, neofascismos, supersticiones y patologías religiosas. Las cuales, además, como una cruel ironía, se creen como dogmas y axiomas incuestionables que serán incorporados a manera de burdos remaches a la identidad asediada y vulnerable, produciendo una sedación temporal que, paradójicamente, como una droga que produce mayor tolerancia con el tiempo, requerirá cada vez más de consecuentes y repetitivos ciclos de confirmación, exageración y retroalimentación para seguir oxigenando las cajas de resonancia que, cual cárceles de la razón, se han convertido en el refugio de viejas tribus ideológicas, contemporáneamente aglutinadas dentro las nuevas sectas digitales del siglo XXI.

De esta manera, incapaces ya de distinguir el drama real del imaginado, alineados de forma inconsciente hacia lo falso y relativo, y totalmente atrapados en la red de la hipersospecha, interpretaremos todo evento relevante, toda información y cualquier intento de cambio hacia nuevos modelos civilizatorios, sociales, culturales y cognitivos como falsos, peligrosos y malintencionados, y como confirmaciones inequívocas de que lo que vemos, deformado por el cristal de la conjura, es la verdad. De esta forma, la anticultura de la confabulación crea un supuesto sentido acomodaticio desde la sinrazón, y llena el vacío creado por el miedo, propiciando un declive de la lógica, en favor de una postura sectaria y paranoica que intentará de manera ineficaz proteger al creyente del inevitable cambio planetario del cual está siendo testigo, y para el cual no tiene respuestas.

En conclusión, la historia de la humanidad es completamente transparente a este respecto: todo maquiavélico agente de poder, sea político, civil, corporativo, religioso o militar, que explote cínicamente a su favor los credos, miedos y supersticiones de las neosectas de la intriga, confirmando de manera astuta sus baladíes postulados, obtendrá absoluto control sobre ellas. Y, como una irónica consecuencia, estas teorías acabarán ayudando, justificando y propiciando los fatales y terribles excesos del poder, y en muchos casos, haciendo realidad las tragedias y maquinaciones que ellas mismas sugerían. Holocaustos, masacres, ultrajes y guerras, tan comunes en la historia humana, fueron perpetrados por tiranos oportunistas que siempre se valieron del engaño y la manipulación, y estos, siempre fueron ayudados por personas que pensaron que hacían lo correcto, mientras esparcían, fortalecían y alababan las mismas mentiras que creían combatir.

Esto, al estar por entero basado en la verdad histórica, no es ninguna conspiración, es la arquitectura misma del laberinto que nos atrapa, es la terrible verdad que no nos atrevemos a ver, y que se repetirá una y otra vez, mientras no aprendamos a pensar y construir el futuro desde la razón. Y, para esto, ya no nos queda mucho tiempo.

El autor es escritor y poeta.

www.gorkalasa.com

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