top of page

Breve selección poética de Gorka Lasa 2o14 - 2024

Herido de mistrales

Inquietos ojos de ansiosa espera

bestias de luz en los rizos del azar

devoran el milagro, la música escondida

semillas curtidas de violencia

que esquivas y solitarias

afloran en su tristeza

negando el porvenir.

 

He visto cómo el aire que juega en el incendio

disipa en el silencio el polen de la flor

y herido de mistrales

me arde el firmamento

al sol de un grito ciego

y una ventana gris.

 

Cansado me detengo

en el axis de mi angustia

y rendido a los inviernos

me arranco los ojos

para sembrar la flor.

Sangre diminuta

Pequeña espina roja

de un fuego hoy perdido

en mares que se secan

adentro de la piel.

 

Abismos como huellas

en libros olvidados

galaxias en el puño

y el pecho, hoy de roca

es carne del cincel.

 

¿Qué sangre diminuta

se aleja de su intento

y abraza las espinas

adentro de la piel?

Distancias

He visto en las distancias ciudades dormidas

arquitecturas latentes

murmuraciones del odio.

 

He visto en lo lejano las torres del silencio

los sordos hemisferios

de un viejo resplandor.

 

He visto en la distancia ciudades vacías

estructuras condenadas al castigo solar.

 

He visto en lo profundo de mis años perdidos

una luz que me llama

azul    

desde lejos.

Los mundos de la evocación

No hay reposo, incluso en este viejo espacio de luz

estancia perdida en el tiempo donde todo está en silencio

donde el alma, cansada como los soles que se inmolaron

para negarnos el día,

renace del agua purpúrea de la soledad cósmica

y sueña su deriva

errante, melancólica, indiferente, atávica.

 

¿A dónde viajarán las gaviotas de mi interminable atardecer?

esas que desafiaron el espacio remoto de un azul final e indolente

brotando de la tormenta como flores nebulares

de un sueño perdido.

¿Están aquí, vuelan acaso en la poesía que se busca a sí misma, suspendidas en el celaje inexacto, en el temblor invisible

del viento contra la eternidad?

 

¿Qué haremos ahora que el crepúsculo es también la herida

en el terco corazón?

¿Es este el sendero que debemos recorrer para trasmutar

el dolor adherido?

¿Qué haremos ahora que el sueño ha muerto

en las manos sembradoras?

¿Adónde irán a soñar los lentos peregrinos

de los cielos de la mente?

 

¿En qué océanos de inabarcables edades cósmicas

perdió el rumbo mi navío solar?

¿Quién encendió los viejos faros que arden invictos

en horizontes insondables?

¿Qué será de mí, arcano navegante, errante en los mundos

de la evocación?

¿Dónde descansarán, por siempre heridas,

las gaviotas de mi melancolía?

¿Qué quedará, ahora que el dios es mácula

en la mano de los misterios?

¿En qué remanso de la memoria

se durmió desolada mi esperanza?

¿Dónde está la playa solitaria que aguarda la sal de mis huesos?

¿Alguien escuchará mi lamento en la cósmica eternidad?

¿Hay alguien ahí, en esas distancias incognoscibles?

¿Dónde está la luz que perdí buscando la Luz?

¿Por qué el abismo es el reflejo de la herida?

¿Dónde está el resto de mi vieja bandada?

 

¿Puede entonces el tiempo sanar las grietas

de mi rebelde corazón?

¿Puede acaso el amor ser bálsamo de las heridas del espíritu?

¿Podrán los soles sostener el peso de mi atávico dolor?

 

Lentamente se cierra el horizonte sobre mi vuelo

  la tormenta arde en el crepúsculo

y me dejo caer, por siempre

en el abismo de la libertad.

 

Tres veces

La esfera, sangre

amotinada contra dios

ligamentos de arena

esquinada agua purpúrea

que sobre el cielo de la memoria

fugaz, oscilante, arde en el silencio.

 

Fuego, líquida reliquia solar

vientre de abismos, mutación,

plasma, estancia ondulante

anochece en su ruptura.

 

Caminante mercurial

peregrino del presagio

tres veces dodecaedro

en mí, como en la muerte

ya no intento volar al sol

solo escribo.

La noche sin día

Allende la sublimación

atento a la tonada inaudible

antiguas formas delinean el fuego

sobre el atanor, su esquiva piedra flotante.

 

Entro en mí, como en una noche sin final

para definir con fuego mundos perdidos

que renacerán de las visiones del vacío

y sobre el último adiós, amotinados

evocarán el llanto y el abismo.

 

Me sueño desde mí, la parte luminosa de mí

sus bóvedas estelares, su edad tranquila

me atisbo a lo lejos sobre campos de luz

en la densidad sutil de dunas oníricas.

 

Solitario habitante de lejanas horadaciones del dolor

errante en las perdidas montañas de mí mismo

peregrino de los bosques azules de mi tedio.

 

Aún estoy ahí, aún recuerdo los espacios

cautivo de la trampa de los mundos

atento a la llamada del atardecer

exilado en la viscosidad de días eternos.

 

Así fue como encontré el elixir verde

destilación, gema que dormía en mí

oscilando en la noche sin día

en el sueño sin soñador

            la morada sin puertas

estancia sin tiempo.

No regresaré

No regresaré, no como la lluvia

que dentro del espacio de su viaje

como un amor que termina su periplo

destrozado, muere anhelando la humedad.

 

Semillas de dolor que un día germinarán del abismo

en mil palabras sagradas

en aguas subterráneas

ondulaciones luminosas y versos redentores.

 

No regresaré a sembrar el trigo amargo

esquirla del cristal que sola y en fuga

se tornó invisible al contacto con el agua

haciéndome dudar del sueño, de la historia

que, como la vida, se me escapó silenciosa

en un mundo de visiones y laberintos.

 

No, ya no regresaré

ha triunfado en mi derrota

hoy mi nombre no significa nada.

Estaciones tristes

He visto al mar secarse en el centro de los ojos

la grulla detenida en el lago del ayer

un sauce en la ribera, las rocas en el cielo

la estrella temblorosa, el ansia de llover.

 

He visto a dios rendirse

caer sobre sus siglos

sus llamas azuladas

su frío descender.

 

He visto al mar secarse en el centro de los ojos

sus hondas detenidas

sus tristes estaciones

su viaje hacia la sed.

Aldebarán

el vértigo de la eternidad

Atardeceres terribles colmaron mi alma de silencios,

Aldebarán.

 

Las horas de la sangre sobre el final,

La pausa, el errático exilio de la estirpe,

La lluvia eterna sobre las tierras innombrables,

La soledad de tristes campos de olvidadas batallas.

En los senderos de un planeta muerto,

Anidaron los ciclos del devenir,

Acunando mares negros.

 

Atardeceres terribles colmaron mi espíritu de nostalgia,

Aldebarán.

 

Este viaje de símbolos ya concluye su ira,

Inequívoca nema por siempre oculta,

En los áureos cantos admonitorios,

En el vértigo de la eternidad,

Sello atávico del clan solar.

 

Allí donde fuéramos arrastrados, padecimos,

Llevamos en nosotros la tara de la luz,

El epitafio de los soles insurrectos,

Los fríos horizontes sin final,

Saña de manos asesinas.

 

¡Míralos! pueblos desterrados en el viento de las eras,

Aldebarán.

 

Y sufro esta búsqueda de esferas y caminos,

Añoro el retorno al templo de los orígenes,

El ansia voraz de una tierra virgen, núbil,

Para colmarla de ríos, poemas, bosques,

Para labrar mi tedio en sus espasmos,

Para arrancar la vida a sus entrañas,

Y luego, muerta, volverla a poseer.

 

Atardeceres terribles colmaron mi tristeza de futuros,

Aldebarán.

 

El ciclo inútil de los dragones tristes,

Tormentas de mares primordiales,

Crearlos de la nada tomó eones.

Esta es la venganza del soplo original,

Impaciencias, crípticas premuras,

La angustia de los tiempos.

 

Y al final, cuando encontramos planetas habitables,

Estábamos tan cansados de los viajes sin retorno,

Tan irremediablemente derrotados por la osadía,

Que las leyendas que nacieron de nuestros ecos,

Solo serían eólicas cárceles, templos rotos,

Trenas del dolor, la mentira y la muerte.

 

¿No es acaso esta creación, el más terrible de los legados?

Aldebarán.

 

Tanto dolor vertimos en los mundos, tanta negra rabia,

Indolentes, asesinamos a la Madre que los protegía,

Sus dioses melancólicos, cantan débiles, huidos,

En atardeceres invisibles de soledades atávicas,

Los últimos tiempos, los siglos ya olvidados,

Los grises finales, en sus ocasos inertes.

 

Somos nosotros, los últimos errantes,

Poetas del gnomon, viajeros de la esfera,

Evocadores de la vieja herencia del dolor,

Del castigo, la vieja culpa y su estigma silente.

 

Terribles castigos nos aguardan en el tiempo.

Terribles crepúsculos colmarán nuestros silencios.

 

Solitario será el retorno del sol hacia la nada,

Aldebarán.

Cicatrices viento

Hay una luna inmóvil

en un silencio ardiente

de noches ondulantes

y sombras del edén.

 

Hay ciertos espejismos

hay cicatrices viento

y años que alucinan

la huella de su piel.

 

Hay una tarde en vilo

            sobre el mantel usado

y un mirlo sigiloso

aguarda su señal.

 

Hay rondas serpentinas

hay calles en el cielo

hay flamas como flores

que arden de humedad.

 

Hay un tiempo abierto

en la esperanza ciega

hay un mar de lágrimas

hay un sol sin luz.

Oscuras oscilaciones

Aguardo en la fría penumbra el tibio roce de la luz

espero en esta playa del tiempo, en rondas, vidas inútiles

he visto soles caer y volver a levantarse como águilas heridas

me he quedado dormido viendo el lento flujo de cíclicas edades

la leyenda de mi alma, a la deriva,

en las oscuras oscilaciones del Ser.

 

En la bruma del origen vi el sueño sombrío

de la noche que se avecina

y en el abismo; la luz que daría vida

a las bóvedas no creadas del infinito.

 

He buscado en el silencio los glifos que conjuraron el olvido,

el dolor, la herida.

He buscado en los océanos primordiales

la respuesta al enigma de la mente dividida.

He sido el testigo de viejos imperios,

sus lunas calcinadas por el horno de los milenios

templos olvidados, esferas,

soles cansados que ya nunca volverán

a sus órbitas delirantes.

 

Mi alma está herida de distancias, cansada, huérfana del sol

exilada en el hemisferio triste del húmedo dolor humano

arrojada a la plegaria inútil de una tierra ciega e infértil

condenada a ser testigo del ocaso de un dios inexistente.

 

Me he quedado dormido viendo el lento fluir de cíclicas edades

la leyenda de mi alma, a la deriva,

en las oscuras oscilaciones del Ser.

¿Olvidaremos?

¿Olvidaremos estas viejas estrellas

gélidas derrotas, sombras de otras eras

cansadas de ser rastro y entropía?

Condenadas a ser faros de otros mundos

de lúdicos silencios, imperios fallidos

guerras, traidores, torres y vigías

de noches de tormenta, fuegos dilatorios

voces y lamentos de un sol que se extinguió.

 

¿Olvidaremos la señal, el viejo ángaro estelar

señuelo de los astros, su lítica llamada?

Que, ausente de sus días, nace desde dentro

clamando en su llaga de llantos y amapolas

abismos de lo humano, sangre derrotada

de nácares, siluetas y buitres del ocaso

bosques delirantes, viajes al asombro                                  

y el sol, invisible, clamando en las entrañas.

 

¿Olvidaremos estas rojas centellas

 ebrias de propia luz, sumidas en la nada

que callaron frente a la danza circular del tiempo?

 

Estelas seducidas por el fuego del enigma

de antiguos sembradores celestes

centinelas de los siglos, crueles universos

astros olvidados en su tensión flotante

de eternas cadenas y cósmico arganel.

 

Y el grito de la herida sobre el alma solitaria

perdida en los caminos del íntimo desierto

en la frontera ritual de los días epactas

sombra de la espera en distante zenit

atrapada en la rueda sin principio

atada a los estertores del hambre

y el bramido sordo de la carne.

 

¿Olvidaremos los lejanos atardeceres

las ciudades vencidas por el miedo

la soledad del alma en su exilio injusto

la espera infértil, el cántaro roto?

 

Solo queda esperar al segundo silencio, drama final

de esta condena de estaciones impuras

tormenta estival de astros enmohecidos

retorno eterno al sendero inverso

proscrito canto de los vencidos.

Y ser condenados por el dios imaginado

a morir sin muerte al filo del alba

por haber bebido del pozo del misterio

descifrando la herida y su secreto.

 

¿Y ahora, frente al abismo

                                cuando cierras los ojos                                             

aún recuerdas atado a tu sangre

el prohibido nombre del primer sol?

Después de la tormenta

He quedado en silencio después de la tormenta,

Híbrido azul,

De lágrimas y mundos.

 

El grito habitó la entraña de su hielo.

La hora naufraga fecunda,

En su constancia de hambre,

Estrellas y abismos.

 

Templo lunar que aflora del destierro,

Para luego volver al vacío,

Recurrente savia ardiente,

Del antiguo árbol que crece perdido.

 

Que el espíritu reconozca su símil.

El fuego es incapaz de ser mentira.

 

El que vuela está siempre,

Más allá de las palabras.

 

El que espera no está nunca,

Simulando lo que añora.

 

En este desierto de lotos y espinas,

Altar de dioses olvidados.

 

La cuna de lo invicto,

La fase que permuta.

 

La estrella que se priva,

El canto de sus lunas.

 

El tiempo es solo tiempo,

Lo eterno es solo eterno.

 

¿Dónde está aquel lamento

que otrora devino en nueva espiga?

 

La lluvia, el invierno,

¿Qué traen en su cadencia?

¿Promesas de vientre y precipicio?

 

Mi alma navega desde siempre,

Pero naufraga de siglos.

 

¿Cómo unir el dolor a la roca y el grito?

¿Qué ruta yace yerma en su emboscada?

¿Qué errante yace muerto en el eco de su angustia?

 

Invisible,

La llaga de la memoria,

Inadvertida,

La carroza de fuego.

 

Pero el hombre recuerda el lejano horizonte.

Eterno se hace templo,

Infinito se torna en muerte.

 

Nada sabe del martirio,

Siempre de raíz,

Muriendo.

 

Nada sabe de su rumbo,

En la noche,

Himno perpetuo.

 

Luz refractada.

La caricia de lo amargo.

La turba de lo injusto en su sordina.

El refugio de lianas y mendigos.

 

La batalla de los mundos,

Mi morada.

 

Un tronar distante se avecina,

Pleno de bengala y horizonte.

 

Nimio testigo de un pacto de pan,

Ansia de clave y entropía,

De una llaga de Luz,

El Sol, en lo sangrante.

 

Y aunque quede sin semillas,

El barro en nueva tierra.

También alucina de sequía,

El fruto que no sabe de su otoño.

 

Esto es lo real,

Esto es lo que aun arde,

Esta es la Luz que ciega tu vergüenza.

 

Aquí está aquello que persiste en su osadía,

Irrefutable centro,

Reino de la nada.

 

Con el brazo atisbo lo doliente,

A mi modo,

Desisto de lo vano.

 

He quedado en silencio después de la tormenta,

Híbrido azul,

De lágrimas y mundos.

 

Alcíone

el faro de los peregrinos

¿Es esta la señal que por milenios aguardamos en penumbras?

¿Habremos de romper otra vez los vasos ceremoniales?

¿Quedará al fin la esfera rendida a sus ciegos dioses?

¿Se agotó acaso la llama que clama desde templo de Polaris?

¿Se secó la fuente antes de su ocaso de veintiséis mil años?

¿Se apagó al fin el faro de los peregrinos en olvidadas estrellas?

 

Agrio de esperar y luego de tanta sangre,

¿Cesó el fuego verde del hierofante?

 

¿Es esta la señal que hemos esperado por incontables edades oscuras?

¿Qué nos espera ahora que el lucero cruzó raudo sobre la piedra solar?

¿Moriremos al fin en el infernal intento de recobrar lo perdido?

 

Solitario, exilado de mil lunas errantes,

Retorno azul a las bóvedas del Duat,

Aguardo la señal del astro inmóvil,

El ocaso de las constelaciones,

El sueño proscrito, pleroma,

Mi vieja muerte estelar.

Altair

el águila de los mil años

En este cúmulo fue arrojada mi semilla,

En los abismos de espacios nebulares,

En los reservorios de lejanos astros,

En los yermos castillos del tiempo,

En los tormos de esferas ateridas.

 

Somos luz pensada,

Náufragos de la mente,

Plasmas en ávida espera.

 

Somos creación,

Húmeda reserva,

Sueños huidos de la nada.

 

Y otra vez,

Y otra vez.

 

La ronda de vidas y sus ciegos dioses imposibles,

Los albores iniciales, los crepúsculos crueles,

La gestación en el negro cenote embrionario,

El rutilante drama del alma en lo profundo.

 

Caí, cometa errante, raudo,

Oráculo de mundos marginales,

Viajante elíptico de la estrella negra,

Pendí fulgurante de un cielo perdido,

Vientos solares azotaron mi espíritu,

Por mil edades sin nombre,

Vagué girando en el umbral.

Dolor y sangre me clavaron al frío,

Agua y fuego atraparon mi viaje.

 

Así fue traída hasta aquí,

Mi semilla.

.

bottom of page