Viajo, busco, encuentro, escribo: El Equilibrio de los Hemisferios de Gorka Lasa
Erasto Antonio Espino Barahona, M.A.
(Filólogo y crítico literario panameño)
“Mi alma navega desde siempre.
Pero náufraga de siglos.”
Gorka Lasa
La poesía es la voz primera.
Los antropólogos, pero también los mismos escritores, lo recuerdan a menudo. Da fe de ello Octavio Paz en El arco y la lira y Pablo Neruda en Confieso que he vivido. Se trata –por decirlo técnicamente- del primer género o modo literario de decir.
Palabra primordial lanzada al viento desde los orígenes de nuestra especie, la poesía ha estado vinculada desde el inicio al yo que la pronuncia, al comienzo fundido con la comunidad y, luego, emancipado en hablante individual por complejos procesos de secularización que van destejiendo los vínculos sagrados que sustentan (sobre)naturalmente al hombre.
La poesía en su versión primigenia está vinculada a dos realidades humanas: una estético/sensorial y espiritual/trascendente. Entiéndase: la música y la religión. Ambas son manifestaciones de lo humano que asedian y expresan el sentido de la existencia, en el intento inclaudicable de hacer digno y hermoso nuestro caminar sobre la tierra.
Así, en El equilibrio de los hemisferios de Gorka Lasa hay huellas del ritmo musical original que caracterizaba el discurso poético en los inicios de su cultivo. De esta manera música y voz amalgamadas, daban cuenta del ritmo universal. En el caso del poemario de Gorka, las repeticiones de iguales esquemas de versificación, mayoritariamente en arte menor, permiten asociarlo a esta musicalidad, como también a los mantras orientales que en la repetición de sonidos convergentes y similares abren puertas a la conexión del cantor con una realidad que supera lo evidente.
Sin embargo, no es en la relación palabra/ritmo donde reside el valor del poemario de Lasa. Lo meritorio de los 30-33 poemas (según se haga la cuenta) que arman el libro reside en su espesor espiritual. Por eso, al inicio de esta comunicación aludí al hecho religioso. Entendiendo por tal, los modos culturales y existenciales mediante los cuales el hombre personal y colectivamente, desde el origen hasta hoy, se liga con la Trascendencia. Ámbito de lo Sagrado que asume a veces un Rostro personal, como es el caso del judeocristianismo, o en el caso de la espiritualidad del poemario se expresa en una Realidad otra, una “Claridad” a la que el hombre accede no sin una larga y ardua búsqueda interior.
Ocurre así en El equilibrio de los hemisferios: Más allá de las religiones monoteístas sociológicamente establecidas, pervive en la poética de Gorka un nítido vínculo con lo Absoluto. Es éste vínculo el que quisiera rastrear mostrando en él una de las novedades más significativas del poemario. No sólo como “artefacto estético” individual, como diría Mukarovsky, sino en su carácter de jugada, de apuesta estética dentro del campo literario nacional, para usar la ya consagrada terminología de Bourdieu.
Orestes Nieto, en las lúcidas palabras que rematan como contraportada el libro de Gorka, lo deja manifiesto, al señalar que este poemario representa una novedad en nuestras letras. Orestes lo define bellamente como “Una profundidad en el mar desplegado del ser humano”, como “Una combinación redonda de evocaciones, arcanos, cofres herméticos y viajes cósmicos. Misticismo sin hipotecas y con libertad para adentrarse a la llaga de la memoria y a los ritos”. El maestro Nieto sigue delineando la poética de Gorka al describir que el poeta “navega, (…) en un plasma poético en expansión, al unísono con el universo, de gran belleza interior y de lenguaje depurado, con el idioma del poema eterno”. Y remata, afirmando lo que cualquier lector ilustrado advertirá desde los primeros versos: “Su obra constituye una novedad singular en el panorama literario del país; pocas veces en nuestra poesía un oficiante de la palabra proyecta sus intereses supremos con tanta identidad y desplazamiento; aún lo hermético es evidente, aún la incorporación de mitos de tantos tiempos y del no-tiempo, nos hablan de nuestras raíces”.
¿Cómo se despliega este “plasma poético” de Gorka? Quizás baste para ello, seguir esta clave hermenéutica de lectura como búsqueda espiritual de horizontes y desvelamiento de raíces intemporales, pero no por ello menos intensamente humanas. En el deseo de evidenciar esta lectura, seguiré la factura misma del texto, de modo que vayamos recorriendo juntos los hitos –a mi juicio- fundamentales del poemario.
El título de El equilibrio de los hemisferios anuncia ya lo que podría ser tanto la intentio opera como la cifra secreta de su autor: la búsqueda del equilibrio, la conquista y obtención de la compensación total de las fuerzas y de los elementos plurales y diversos que nos componen… al sujeto, a la sociedad, al Universo. La mándala que como ícono y símbolo de Gorka Lasa campea serena y estable en la portada, refuerza e ilustra esta idea de la pesquisa y encuentro de un “centro” vital"; anhelo existencial de la ecuanimidad, de la mesura y de la armonía.
Este leitmotiv no aparece en Gorka como una operación limitada o encerrada en las fronteras del individuo. La dedicatoria (simbólica) del poemario manifiesta la presencia de un pensamiento relacional. La escritura poética como metáfora de la vida se explica en relación con un Otro, con un Algo o Alguien más allá. Un ente que nos supera pero no nos anula. Esta otredad se reconoce en la dedicatoria del poemario –transcrita en cursiva tipográfica:
A la Aurora,
A su Astro,
A su Ley.
El texto prosigue con un epígrafe de Séneca, en los que el filósofo estoico profetiza y nos dice que:
«Vendrán en los años tardíos del mundo
ciertos tiempos en los cuales
el océano aflorará los atamientos de las cosas
y se abrirá una gran tierra.
Y un nuevo navegante,
como aquel que fue guía de Jasón
y que tuvo por nombre Tiphys,
descubrirá un nuevo mundo,
y ya no será la isla de Thule
la postrera de las tierras»
Uno puede leer aquí la advertencia presente en las más varias y diversas visiones culturales y religiosas de que el tiempo histórico tendrá un fin o una trasmutación universal que nos llevará como especie, más allá. Un más allá que estará ligado –como la gesta de los argonautas- a espacios, tiempos y luchas dignos del hombre y de la mujer. Tiempos justos, éticamente superiores, territorios posibles que abrirán en consecuencia nuevos y mejores horizontes.
I.
El poemario se abre en tres cantos, denominados “Poiesis”. En el primer apartado –Poiesis prima- se canta la orfandad del hombre que en vez de beber del “Lago de luz” se extravía de su Origen, echando raíces en una suerte de no lugar, donde vive “prisionero de imperios solares, añorando de las estrellas el retorno”. Esta visión se evidencia desde el primer poema, “Viejos espíritus” que transmite de modo circular la idea de la existencia como exilio. Destierro del que son protagonistas los primeros vivientes que fueron separados del Origen, pero que aún mantienen viva su memoria:
Viejos espíritus
Solo los viejos espíritus beben su dolor a gotas,
Ellos cayeron primero,
Ellos saben de derrotas.
Por eso escancian la esencia.
Por eso cuentan las eras.
El elixir está vivo,
El gozo, la llama,
También la copa.
Un viejo dragón custodia los escenarios del alma,
Regenta miles de mundos,
Racionándoles la calma.
Solo los viejos espíritus hacen del dolor la noria,
Así cruzan universos,
Maestros de sus historias.
Solo los viejos espíritus beben su dolor a solas,
Ellos cayeron primero,
Ellos saben de derrotas.
Estos “espíritus” vienen a ser una constante trans-histórica en el mundo posible y factual de Gorka. Son figuras poéticas que se corresponden en los diversos “Maestros” espirituales que marcan el camino de la humanidad. Seres deseantes de eternidad que, como dice en el poema “Los ahnelantes”,
Se entregan a sí mismos por este daño irreparable,
Por esta humanidad perdida,
Por estos templos rotos,
Por esta cruel angustia.
Los anhelantes se rinden desde siempre a la llama,
Por los que duermen en el miedo,
Por los ciegos de la Luz,
Por todos los demás.
Esta entrega sacrificial se ve correspondida al menos por algunos. Aquellos que no se conforman con el orden imperante, y buscan y se interrogan cómo sanar esta herida existencial que la literatura universal ha significado en el tópico de la “expulsión del paraíso”:
Ahora, en este universo,
¿Cómo regresar?
¿Cómo torcer el símbolo?
¿Cómo unir lo roto?
De ello se hace eco el hablante poético cuando plantea la necesidad de recuperar una realidad esencial, una pieza clave, un eje necesario, significado en el triple símbolo de la “La Amada, [la] Daena única, El sueño de cristal”.
El poema “La entrega” indica el camino para recuperar esta herencia perdida. Éste pasa a través de redescubrir la dimensión de lo sacro y así “saltar fuera de la rueda de los días”:
Los peregrinos soñamos cantos sagrados,
Nos aferramos a antiguos conjuros,
Para sanar la herida del silencio.
Hay también otras vías para volver a traspasar el umbral y reencontrarnos. Una es la contemplación de la Naturaleza como ejercicio interior y no como evasión paisajística. La otra tiene que ver con asumir o traspasar el dolor inevitable. Ambos aparecen cuando el poeta declara en una imagen de gran belleza:
He quedado en silencio después de la tormenta,
Híbrido azul,
De lágrimas y mundos.
Esta conexión con la otredad lo hace consciente de que habita “En este desierto de lotos y espinas”. Que su deber es recuperar el “Altar de dioses olvidados”. Pero para ello, hay que pagar el precio del sacrificio, como:
La estrella que se priva,
[del] El canto de sus lunas.
El poeta sabe que vale la pena, pues sólo así podrá asir lo verdadero (“Esto es lo real. / Esto es lo que aún arde”). Y por tanto, nos advierte y sentencia:
¿Cómo entrarás al Reino si no recuerdas la señal?
¿Perdió acaso tu sangre, aquello que heredó de las edades?
(…)
Despierta caminante,
El ilusorio tiempo,
Se termina.
II.
La Poiesis II inicia con las siguientes palabras liminares:
Trazó un círculo de fuego para atrapar a la noche.
Dibujó en la roca más alta los símbolos arcanos,
Y contempló como danzaban frente a sus ojos.
El invierno cubrió su cuerpo con la escarcha de los días,
La eternidad borró su recuerdo con la arena de los tiempos.
Pero en la roca más alta, olvidados, aún danzan.
Como se ve, el hablante reitera la existencia de 2 órdenes uno que parecer dominar y que cierra la puerta hacia la Verdad o la Trascendencia (“el invierno”)y otro que continuamente emerge y que resiste a desaparecer justamente como testigo de esa Verdad (“los símbolos arcanos” y “el circulo de fuego”). Diciente la coincidencia con Pablo Neruda cuando dice “Amo lo tenaz que aún sobrevive en mis ojos”. La conclusión es obvia: lo genuinamente humano, lo que nos corresponde como especie puede erosionarse pero no desaparece.
Quien descubre esta cifra esencial de lo que somos se duele con la Creación que subyace incomprendida para el común de los mortales. Y por eso, Gorka lo declara con innegables acentos borgeanos:
Me duele la geometría del cosmos,
¿Lo he dicho acaso, antes?
Este dolor es acicate para la búsqueda. En dicha búsqueda el ser humano no está sólo –como se sugería en el poema “Los Anhelantes”. El buscador está acompañado por una presencia primigenia que el poeta denomina “Los Antiguos”. Presencia, sujetos o maestros que volverán inexorablemente:
Cuando las naciones perecían en la sombra de su miedo,
En el agónico horizonte de una edad perdida.
Retornan,
Cabalga la feroz tropa de los primeros,
Retumba en la lejanía un canto primordial.
¡Míralos!
No hay en sus rostros temor,
Los Antiguos.
He de señalar que con este poema y más adelante con “Los visitantes” Gorka remata la presencia de seres que acompañan el camino del hombre y apuntala con coherencia el mundo posible de su obra. Gorka lo ata con el de su narrativa y funda una mitología que tiene raíces en las tradiciones orientales, herméticas y prehispánicas.
III.
El canto último de El equilibrio de los hemisferios –la tercera Poiesis- profundiza la dimensión ascética del peregrino, del caminante que atraviesa y asume el desgarro de la tensión entre lo Absoluto que anhela y el hoy que vive. Es una llamada a la paciencia, al realismo y la esperanza.
Trazó un mapa con las coordenadas de su dolor,
Lanzándolo a las tormentas de un océano de estrellas.
Aguardó por eones la respuesta del tiempo,
Mientras las distancias ahogaban la clave de su destino.
Hoy aguarda taciturno el retorno de los soles.
Solitario navegante, perdido en un mar eterno.
De los diez poemas que lo componen quiero señalar cómo emerge ahora la dimensión personal del poeta como peregrino. En este tercer canto aparece varias veces la mención del yo en relación con el rol fundamental del caminante que es el eje de sentido del poemario.
Este caminante cuenta su relación dialógica con la Otredad que anhela en “Nacer al tiempo”:
Nacer al tiempo,
Desde el no-tiempo.
Unificado,
En cíclica luminosidad.
Esa voz sin sombra,
Me miró y dijo:
Se aquél que muta,
En la Luz.
Uno diría incluso, que con el cierre de esta tercera “Poiesis” asistimos a la totalidad de poemario como un viaje del mismo Gorka autor/poeta/personaje. En dicho viaje se da cuenta de una perspectiva profunda sobre el individuo, el mundo y la historia. Esta perspectiva es una poética en Lasa, pero también una ética pues forma parte de su propio itinerario personal (viajo, busco, encuentro, escribo). Itinerario que el poeta muestra con una transparencia asombrosa y valiente, pues se atreve a mostrarse a sí mismo en su búsqueda existencial, en su sistema de creencias y en sus afinidades literarias. Ello es lo que lo hace un auténtico lirico, creador de un discurso donde campea la subjetividad más íntima. Vemos, entonces al poeta que busca un encuentro con un otro personal –lector, cómplice o amigo- que comprenda su apuesta creadora.
Quiero terminar con la lectura del que considero el poema cumbre de todo el poemario, “Pradera y sol”. Clásico en su cadencia y universal en su mensaje, pienso resuma en sí -como el Aleph de Borges- el universo de sentido del que ha querido hacernos participe el poeta.
En esta pradera y Sol,
Junto a este bosque increado,
Hilaré mi canto de eras,
Libaré mi rito sagrado.
Detendré las rotaciones,
Dejaré pasar las noches.
Desnudo de toda norma,
Avivaré lo olvidado.
Qué más da,
Lunas o milenios.
Qué más da,
Parias o guerreros,
Cruces o luceros
Solo poetas,
Solo viajeros.