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Budismo, trascendencia y mitopoética del sendero espiritual

Por Gorka Lasa

 

«La vacuidad no es más que forma

y la forma no es más que vacuidad».

Sutra del corazón

 

«La mente está siempre presente,

simplemente no la ves».
Bodhidharma

 

Recordar la promesa

El 10 de junio de 1963, en una concurrida intersección de calles de la ciudad Saigón, el monje budista Thich Quang Duc se sentó en perfecta posición de loto. Quang Duc cerró los ojos y unió sus manos en tradicional saludo mientras entraba en una profunda meditación, al mismo tiempo otro monje vertía sobre su cuerpo copiosas cantidades de gasolina.

Las llamas se encendieron con rápida voracidad. Quang Duc se mantenía inconmovible mientras su cuerpo era pasto de un intenso fuego que arrojaba al cielo densas volutas de humo negro. El monje permaneció sereno, no hubo gritos ni estertores de dolor y sus músculos no convulsionaron en el suplicio de la combustión letal. Finalmente, y luego de fugaces minutos contenidos en una extraña eternidad, carbonizados, sus tendones cedieron y su torso cayó hacia atrás. La multitud miraba en silencio, otros monjes se postraban llorando o en reverencia, nadie intentó socorrerlo. Thich Quang Duc se autoinmolaba como una forma de protesta contra la guerra y la violenta persecución de los monjes budistas por parte de la minoría católica del régimen de Ngo Dinh Diem, autócrata de Vietnam del Sur, respaldado por el Gobierno de los Estados Unidos. En noviembre de ese mismo año, Dinh Diem sufriría un golpe de Estado y sería asesinado. La guerra de Vietnam continuó su sangriento curso hasta la caída de Saigón, el 30 de abril de 1975.

Todavía recuerdo la primera vez que vi el video de la autoinmolación de Thich Quang Duc, la conmoción por ver a un ser humano dejarse incinerar de aquel modo y, sobre todo, por el sacrificio que tal acto implicaba. Pero, tiempo después, una inesperada interrogante me inquietó: ¿qué razón permitió a este monje budista mantener aquella serenidad a pesar de que su carne ardía en un indescriptible paroxismo terminal? Con los años, comprendí que el poderoso acto de protesta de Quang Duc ocultaba una verdad más profunda, y que su mensaje, al igual que el del Buda, señalaba en dirección a una promesa sagrada, aquella que asegura que la iluminación espiritual es posible en esta vida.

 

Por siempre alterado el elemento

la pauta está completa.

 

Verbo, en su justo tiempo

es Luz

es camino.

 

Ya no hay esferas que habitar.

el dolor es cual ceniza

barrida por el viento.

 

Debo seguir este canto antiguo

la clara Luz de lo inasible

el eterno juego del final

el infinito principio.

(1)

 

Conócete a ti mismo

El budismo y otras vías espirituales coinciden en una premisa fundacional, aquel axioma que asegura que lo que asumimos como “realidad” no es sino una percepción distorsionada, una proyección ilusoria. Nuestro ego y nuestra subjetividad material deforman la percepción de la verdadera naturaleza intrínseca e impiden nuestro acceso a la realidad esencial, al estado puro de la conciencia. Retornar a esta realidad suprema, volver a ser uno con el Uno, fundirse con el Ser, es la finalidad última de toda auténtica labor espiritual, la realización ulterior de todos los senderos místicos y esotéricos, el moksha brahmánico, el dzogchen o nirvana budista.

 

Adentro, en el abismo del testigo escindido,

los oscuros meandros de la propia celda,

serpiente derrotada, su enano de nieve,

el reino de escorias en las sombras,

reino de árboles ingrávidos, ojos

de secas raíces, esfera estéril.

 

En la tercera ronda del sueño se reconoce ilusorio,

rinde su desgracia, se desvanece en el silencio,

en última osadía, trama y simula su muerte,

secreta senda del portal hermético, clave,

cósmica bóveda, luz, alquímica albura,

savia espermática, templo mercurial.

 

He aquí mi invocación a los soles dormidos,

esta es mi voz, mi viejo ser, internamente herido,

apagándose en el tiempo, soltando la última atadura,

fugitivo de la noria cósmica, en ofrenda a los días eternos.

 

De este modo, finalmente, extirpé del alma el lastre de la voluntad.

¿Quién entonces recordará el camino de retorno a la única fuente?

¿Quién enseñará a los desterrados la salida de esta edad oscura?

(2)

 

Al principio del capítulo VII de La república, célebre libro del filósofo griego Platón, está la famosa alegoría de la caverna. Una representación metafórica del estado evolutivo del ser humano en relación con el conocimiento de sí mismo y de la realidad de la existencia. La tesis de Platón en esta alegoría es básicamente la idea de que la humanidad está atrapada en una caverna donde unas luces escasas proyectan sobre las paredes sombras fantasmagóricas que los seres humanos perciben como reales. Cautivos de esta ilusión, lo fundamental permanece oculto y ajeno a su percepción limitada. Sonámbulos de la simulación por este juego de sombras, confunden lo falso con lo verdadero y actúan en consecuencia, prolongando el error sobre un mundo que, en realidad, no existe. No es hasta que unos pocos, al sospechar o intuir la naturaleza ilusoria de lo percibido, resuelven emprender el camino del conocimiento y la liberación, no sin antes experimentar la dolorosa metamorfosis del despertar. De este modo, paulatinamente, no sin obstáculos y retrocesos, el durmiente va abandonando la oscuridad de la caverna e inicia la búsqueda de la verdad, el camino de salida hacia la auténtica Luz.

 

Allende la sublimación,

atento a la tonada inaudible,

antiguas formas delinean el fuego

sobre el atanor, su esquiva piedra flotante.

 

Entro en mí, como en una noche sin final

para definir con fuego mundos perdidos

que renacerán de las visiones del vacío,

y sobre el último adiós, amotinados,

evocarán el llanto y el abismo.

 

Me sueño desde mí, la parte luminosa de mí,

sus bóvedas estelares, su edad tranquila,

me atisbo a lo lejos sobre campos de luz,

en la densidad sutil de dunas oníricas.

 

Solitario habitante de lejanas horadaciones del dolor,

errante en las perdidas montañas de mí mismo,

peregrino de los bosques azules de mi tedio.

Aún estoy ahí, aún recuerdo los espacios,

cautivo de la trampa de los mundos,

atento a la llamada del atardecer,

exilado en la viscosidad de días eternos.

 

Así fue como encontré el elixir verde,

destilación, gema que dormía en mí,

oscilando en la noche sin día,

en el sueño sin soñador,

la morada sin puertas,

estancia sin tiempo.

(3)

 

Siguiendo esta misma lógica, en el santuario de Delphos, una máxima resaltaba en lo alto de un capitel del templo de Apolo: Gnose te ipsum (‘conócete a ti mismo’), frase que encarnaba el prerrequisito esencial para el trabajo interior, premisa fundamental de todos los senderos iniciáticos, primera tarea de todo sincero buscador de la verdad, de todo aquel que desee “escapar” de la caverna y emprender el sendero del conocimiento espiritual.

Este proceso lo llevará inevitablemente a comprender que, para salir de la proyección distorsionada del yo, y por ende de la subjetividad proyectada en la realidad ilusoria, debe primero buscarse y conocerse a sí mismo. Una gran parte del camino espiritual se desarrolla en esta etapa inicial, en el progresivo y delicado trabajo de desvelar y reconocer nuestra verdadera naturaleza mental, de discernir internamente las dicotomías de nuestra psicología personal, en las raíces de nuestro sufrimiento y angustia existencial y las represiones, dolores y traumas que eclipsan al verdadero ser. Labor ineludible que deberá identificar, definir e integrar a la propia sombra, descender a las profundidades de la psiquis y enfrentar las máscaras fragmentadas que conforman la idea de nuestro yo disperso y sanar las partes heridas y reprimidas, aquellas que deambulan a ciegas en la noche eterna del inconsciente. De este modo reflexivo, compasivo e integrador, poco a poco, vamos iluminando las estancias oscuras del gran universo interior y avanzamos hacia la sanación, hacia el ser completamente individuado (como lo denominaba el psicólogo suizo Carl Gustav Jung), en definitiva, hacia el reencuentro con la Conciencia Única, el Yo despierto, el verdadero Ser. Ya lo sabía el gran poeta alemán Novalis, cuando escribió en su libro Los discípulos en Sais: «Un hombre consiguió levantar el velo de la diosa de Sais. Pero ¿qué vio? Vio el Milagro de los milagros: a él mismo».

El budismo propone un proceso o camino similar, el adepto acepta “tomar refugio” en la sagrada enseñanza del Dharma budista, contenido en la compresión de cuatro nobles verdades, que definidas de manera básica, son las siguientes: 1- vivir es sufrimiento, 2- la causa del sufrimiento está en el deseo y en el apego, 3- poner fin al deseo o al apego es poner fin al sufrimiento, 4- existe un camino para salir del sufrimiento. Para concretar con éxito esta cuarta verdad, el adepto debe seguir ocho normas axiales que son: visión correcta, intención correcta, palabra correcta, acción correcta, vida correcta, esfuerzo correcto, atención y meditación correctas. Entendiendo la razón interna de estas cuatro nobles verdades y practicando los principios del óctuple camino, el buscador finalmente comprenderá, al haberlo comprobando por sí mismo, la gran paradoja de la disociación fundamental con lo esencial. Así inicia una enseñanza que, de lograr superar las etapas iniciales de los estados dogmáticos, mágicos y prerracionales, inevitablemente llegará a las prácticas internas profundas, al reconocimiento de los estados mentales ilusorios del yo, a la paulatina realización del testigo puro, la vacuidad sin forma y la naturaleza ulterior de la mente, el Ser.

La meditación, ciertas prácticas cognitivas, técnicas ocultas como mudras y mantras, rituales de contextualización simbólica y el reconocimiento de un sinnúmero de estados inmanentes y contemplativos, entre otras, formarán parte de una praxis necesaria para lograr la gran promesa del Buda: la cesación del sufrimiento y la consecución del samadhi o nirvana. Según Ken Wilber, filósofo, místico y padre de la teoría integral: «El objetivo de la meditación consiste en dejar de identificarse con el ego pequeño, finito y encapsulado en la piel y descubrir la Vacuidad pura, conocida también como Divinidad vacía, Ayin, la Nada pura o Vacío/Plenitud (que los sufíes, el zen o el cristianismo denominan, respectivamente, Identidad Suprema, Rostro Original o Conciencia Crística), es decir, el Yo Verdadero y Espíritu no dual último y libre de identificación con cualquier cosa o evento finito concreto o, dicho desde otra perspectiva, uno con todo el reino manifiesto y sin manifestar, Uno con Todo y con el Fundamento del Ser». (4)

 

Sobre la agrietada piel de los días, en la ambigua frecuencia de la interna volición, otra vez los cantos infinitos y azules del alma afloran en los valles del pensamiento y se extienden en atardeceres sin final que arden de nostalgia en las terribles encrucijadas del tiempo y sus meandros insondables. Memorias atávicas, cielos recelosos del eco de la vida se ocultan en el silencio de la lluvia, mientras el testigo sin pasado observa cómo los sueños se desploman sobre el caos de la mente, buscando inútilmente en el umbral de la conciencia las viscosas disfonías del deseo, los viejos sueños condenados al error, los húmedos laberintos de promesas incumplidas. ¿No escuchas acaso su canto inequívoco y abisal? ¿No oyes el crujir de los huesos de la historia bajo las sombras y los mitos de este ovo en llamas? ¿Desanduve acaso el sueño de la unidad para pretender que dormía, y así remontar nuevamente el sendero ilusorio del despertar? ¿Acaso no me dejé llevar por lo que era arrastrado hacia arriba en el iridiscente río del eterno retorno? ¿Olvidé, tal vez, beber de la savia del árbol invertido, retornando a la raíz de su unidad, transmutado en la visión de lo inasible y lo único? He llegado sin remedio al lugar sin tiempo donde duerme todo lo que no puede ser soñado. ¿Para qué entonces esta eterna búsqueda inmóvil? ¿Para qué entonces la poesía que clama sin reposo desde las profundidades de mi alma? (5)

 

Una vez iniciado el camino del despertar, trabajando con los utillajes y prácticas de manera correcta, y profundizando diligentemente en el conocimiento de uno mismo. Paso a paso, iremos escapando de la ilusión, y en algún momento de este proceso de reintegración con lo real, empezamos a entender unas inquietantes verdades. Que la existencia no se trata de nosotros, que hemos perdido el sentido del ser original y que intentamos inútilmente llenar el vacío vital con el deseo y la ilusoria materialidad de los objetos. Que, al sentirnos escindidos y desamparados, intentamos controlar la vida y a los demás con nuestra egocéntrica y subjetiva voluntad, atrapados en nuestra propia trampa, adictos a una interminable búsqueda de placeres momentáneos que nunca conseguirán colmarnos, esclavos de nuestra propia sombra, solo logramos crear mayor separación, insatisfacción y sufrimiento.

Pero, finalmente, en lo profundo de nuestro ser, arribamos a darnos cuenta de que hemos estado persiguiendo un espejismo y que, ciegos y cautivos de un sueño quimérico, vagamos perdidos en el claroscuro reino del samsara (‘existencia cíclica’). El budismo y el hinduismo llaman a este espejismo «maya» (‘la gran ilusión’) y, al error de confundir lo real con lo ilusorio, «avidya» (‘la ignorancia’). Y, de este modo, poco a poco vamos despertando y desembarazándonos de la dolosa paradoja del ego, replanteándonos nuestro entendimiento de la existencia, la aparente búsqueda de la felicidad, la distopía de nuestras creencias ciegas que aparentaban ser la repuesta a nuestros dilemas, pero que en realidad nos hacían sentirnos cada vez más separados, más infelices, más ansiosos y deprimidos, alejándonos cada vez más de nuestra verdadera y luminosa naturaleza interior.

 

Cuando en lo nebuloso de la entrega

asoma solar,

rostro crepuscular.

 

El arcano ciego afila sus garras de gozo,

llama a los despiertos

a habitar el jardín

aún más lejano.

 

Nace así, en el nocturno silencio,

lo indecible, lo inefable,

la fluidez de la piedra.

 

Los tiempos conjuran su sentencia,

suplicios del recuerdo,

la forma de lo hermético.

 

En la cima del ser destronado,

un arpa rendida a su Luz.

 

Un dios desheredado del Olimpo,

aquél que no se rindió al falso amor.

 

Los peregrinos soñamos cantos sagrados,

nos aferramos a antiguos conjuros

para sanar la herida del silencio.

 

Es mejor no tentar el vuelo del sacrificio terrestre,

aligerar pronto la carga del devenir,

saltar fuera de la rueda de los días.

 

A no ser que un delirio de mundos,

nos arrebate el nirvana. 

(6)

 

La poesía como ascesis espiritual

Sería como una directa consecuencia del camino iniciático. Las tensiones del sendero espiritual demandarán, en algunos, formas de expresar los estados resultantes de la gran alquimia de la búsqueda. Es aquí donde el arte y la poesía sagrada se manifiestan como necesidad estética del trabajo espiritual. Y es que la poesía, sobre todo la poesía esotérica y mística, ha sido un incuestionable recurso desde la más remota antigüedad para intentar describir los sutiles y transicionales estados del alma, las oscilaciones de la conciencia y el tormentoso oleaje de los estados emocionales.

Por esto, mi propuesta poética, en tanto que poesía sagrada, aspira a plasmar de una forma codificada y simbólica, los estados de conciencia sublimados por el proceso de la transmutación espiritual, creando, si se quiere, una bitácora del viaje, un registro de sueños, la coagulación de forma artística y ritual, del trabajo espiritual. Es reconocer en la poesía una antigua forma de demarcar lo inmanente, un vehículo para expresar estados sutiles, visiones oníricas y reformulaciones del inconsciente; mapas del ser que se desgranan de la meditación, el éxtasis y los estados contemplativos. Es la poesía como praxis chamánica, como evocación simbólico-mítica, como un indicador paradigmático de los progresivos niveles de la búsqueda. Es retornar a una comprensión oculta y arcana del arte, teúrgia, recurso mántico, conjuración ritualística y praxis sacramental, el arte como conducto gnóstico ─y consecuencia─ de los avances hacia la trascendencia y el despertar. Una poesía de la integración y la transmutación, del observar sin asir los pensamientos, matriz metafórica para soñar la vacuidad, una poesía de lo numinoso y lo ignoto, un canto de lo inasible, una celebración filosófica y estética del atisbo y la anticipación del misterio.

El arte como florescencia de la evolución espiritual, la poética como metáfora del sendero interior, consecuencia del acto consciente de «mirar hacia dentro» y no volver nunca más a tener la sensación de «estar afuera». «El que mira hacia afuera, duerme, el que mira hacia dentro, despierta», nos vuelve a recordar Carl G. Jung. La comprensión de que todo es conciencia, pero que no todo está consciente. Como en aquella antigua anécdota budista que nos cuenta que el Bodhisattva, al ver que el Buda caminaba bajo la helada lluvia de los Himalayas, le dijo, «¡Oh! Maestro, ¿porque no entras al templo y te resguardas de la tormenta? Y el Buda respondió: ¿A dónde podría entrar, si no tengo la percepción de estar afuera?».

 

Recuerdo

una y otra vez

la pausa infinita.

 

¿Quién es el testigo de lo que deviene?

¿Quién observa la gota de fuego?

Eterno

sagrado

inmutable.

 

Pleno, en esférica disolución.

 

Uno, absoluto

implosión

vacío.

 

Extasiado para siempre.

Dialéctica de lo vacuo.

(7)

 

La tradición perenne

En lo cotidiano, en la inevitabilidad del dolor humano, en los momentos más oscuros de la tención vital, aun cuando no lo sintiéramos o comprendiéramos, el alma nunca olvidó la causa original y siempre intentó guiarnos hacia la sagrada aventura de la conciencia. El único viaje intransferible y necesario, engarzado en un antiguo hilo conductor que une todos los caminos, un conocimiento ancestral y primigenio que alimenta todas las tradiciones espirituales y conecta a todos los peregrinos en un solo flujo luminoso y universal.

Cuando puse mi mano en la antigua columna de la catedral de Santiago de Compostela, luego de mes y medio de peregrinación por las antiguas calzadas del Camino de Santiago. Cuando miré aquel atardecer junto a mi padre, desde las altas pirámides mayas en las selvas de Mesoamérica. Cuando monjes budistas, en una lluviosa tarde costarricense, me impartieron la iniciación de la Tara Verde y comprendí la compasiva verdad del Buda Avalokitesvara. Cuando, junto a un viejo chamán de la tribu de los shipibo conibo de la Amazonia peruana, bebí el extracto de la ayahuasca y pude ver el tejido del universo en visiones profundas y transformadoras. Cuando, escribiendo un poema frente a la antigua Hagia Sophia, a la sombra de las mezquitas otomanas, a orillas del Bósforo, deliraba en Estambul. En los viejos retablos de las iglesias ortodoxas de Rumanía, donde el río Danubio se ensancha antes de morir en el mar Negro. Frente a las columnas del Partenón, en los templos del ágora de Atenas, postrado en sollozos en las viejas ruinas del templo de Eleusis. Cuando caminé por los antiguos monasterios budistas de los Himalayas nepaleses y vi el sol brillando sobre las estupas y los mandalas del óctuple camino. Cuando, recorriendo los templos brahmánicos y las laberínticas calles de Katmandú, un sadhu asceta posó su mano sobre mi cabeza mientras recitaba un mantra complejo. Frente a los crematorios humanos del templo de Pashupatinath, a orillas del río Bagmati, mientras lloraba y meditaba sobre la muerte y lo impermanente.

Y en tantos otros sitios, viajes y vivencias, dolores y encrucijadas, en tantos libros y caminos, en tantas noches de estudio, dudas y desvelos, aprendí a reconocer las huellas de un hilo conductor, de una enseñanza ancestral y causa de todas las demás, una fuente original que alimenta a todos los ríos del despertar. La tradición primordial, sanatana dharma (‘norma eterna’), el camino de la sabiduría perenne, sustrato de toda enseñanza oculta, cordón áureo, hilo de Ariadna que une el núcleo esotérico de todas las religiones, de todas las vías iniciáticas y hermana a todas las escuelas de misterios. Sabiduría seminal, precursora de la promesa de que ciertamente hay una salida del mundo ilusorio del sufrimiento, que existe un modo de escapar del laberinto, que es posible liberarse de la caverna de Platón y reencontrar la Luz original. Esta es la gran aventura ascendente de la Conciencia, el juego cósmico (lila), el retorno a la gran ubiquidad del Ser Absoluto.

 

Todas las meditaciones del Ser,

bálsamos de luz y de noche,

gestos de lo eterno,

no son sino Uno.

 

Todas las miradas y sus horizontes,

la contemplación, su tarde,

la guarida y su estrella

no son sino Uno.

 

Todos los espacios y sus horas,

las aperturas solares,

los atisbos terribles

no son sino Uno.

 

Porque la mente única,

diluida en el abismo,

aún fragmentada,

no es sino Uno.

(8)

 

El retorno al verdadero hogar

Hoy entiendo que ocultaba el poderoso mensaje de Thich Quang Duc, algo en mí lo supo mucho antes de que yo comprendiera la profunda verdad que ocultaba su terrible inmolación. Él lo sabía, Quang Duc sabía que no importaba arder hasta la muerte, pues nada en él estaba en peligro, él sabía con absoluta certeza que su cuerpo no era él. Él conocía el luminoso camino que conduce al sitio donde reposa la Conciencia Única, y allí fue y se sentó, a ver cómo su viejo cuerpo se consumía en las llamas de maya. Y, desde el estado de Vacuidad Pura, ecuánime, le decía al mundo: «¡Mírenme, estoy despierto! Esto que arde no soy yo; esto que muere no soy yo; todos somos el Buda, todo es Unidad, no hay otra cosa que la conciencia atemporal y eterna del Ser. Esta es la vía a la tierra del nirvana, la gran Verdad más allá de todas las verdades, más allá del dolor existencial y la ilusoria ilusión de la separación, donde no hay ningún final ni tampoco ningún principio, solo los ciclos infinitos de la Luz, eternas vibraciones en el absoluto silencio, las oscilaciones del Ser en la absoluta inmovilidad de la conciencia única. Om Tat Sat.

 

Solo en el ahora somos Uno,

solo lo eterno,

solo la muerte.

 

No formules la pregunta,

no deformes la simiente,

la última puerta se abre

al abandonar la mente.

 

Desiste del vano juego,

del devenir,

de su oriente.

 

Solo estás de retorno,

por eso vas,

porque vuelves.

(9)

 

Y, cuando finalmente hayas cruzado todos los umbrales del viaje y abandones el último deseo, aquel que te trajo hasta aquí. Cuando estés presto a cruzar el puente del nirvana, y te encuentres al Bodhisattva, aquel que por absoluta compasión se dispuso a esperar hasta que el último ser sufriente cruzase el río de la iluminación, para entonces cruzar él. Cuando ya no puedas distinguir entre él y tú. Cuando haya cesado todo el dolor de la dualidad y veas muy próxima la tierra sin edad de los budas. Allí, en el océano del Amor puro, en la forma sin forma, tal vez, una lágrima de Luz brote de tu rostro original, emanada de la absoluta compasión y gratitud, por la noble realización de que finalmente has regresado a tu verdadero hogar, el origen de todo cuanto es y no es, la indescriptible quietud de la que nunca te fuiste. «Om mane padme hum».

 

En aquella soledad, los espacios eran la medida de lo inexistente. El viajero atemporal soñaba su expansión sobre galaxias de una vibración infinita. Enjambres nebulares recorrían la vastedad del infinito. Una sola palabra ondulaba en el imperio de lo absoluto. Sin conciencia de la conciencia, sin mente ni lugar donde asir las sombras que aflorarían del sueño de la voluntad. Emanaciones de lo que nunca podrá ser soñado, vacuo juego de una gesta insustancial. El soñador se quedó allí, absorto en el vértigo de la sombra. Y el centinela de los días, exilado del eterno océano de los espacios increados, herido por una soledad inmensurable, deliró mundos de formas eternas que se perdieron en la noche de los tiempos. En su soledad, el viajero volvió a ser lo que siempre fue, encontrando nuevamente en el silencio lo que nunca perdió. Así arribó por fin al lugar del que nunca partiera, quedándose dormido en el principio del final, y otra vez soñó la caída, se desdobló en el poema, olvidó el retorno y emprendió su viaje. (10)

 

Gorka Lasa Tribaldos. Panamá, Ciudad de Panamá, septiembre de 2024 - www.gorkalasa.com.

Referencias.

  1. Poema «Principio». Del libro El equilibrio de los hemisferios. Gorka Lasa, Editorial Fiat Lux, 2017.

  2. Poema «Edad oscura». Del libro Algunos de nosotros, para siempre. Gorka Lasa, Arcana editores, 2023.

  3. Poema «La noche sin día». Del libro Algunos de nosotros, para siempre. Gorka Lasa, Arcana editores, 2023.

  4. El cuarto giro. Evolucionando hacia un budismo integral. Ken Wilber, Editorial Kairós, 2016.

  5. Poema «¿Para qué?». Del libro Algunos de nosotros, para siempre. Gorka Lasa, Arcana editores, 2023.

  6. Poema «La entrega». Del libro: El equilibrio de los hemisferios. Gorka Lasa, Editorial Fiat Lux, 2017.

  7. Poema «Recuerdo». Del libro: El equilibrio de los hemisferios. Gorka Lasa, Editorial Fiat Lux, 2017.

  8. Poema «La edad del silencio». Del libro: Aldebarán, el vértigo de la eternidad. Gorka Lasa, Editorial de la Universidad de las Américas, 2018.

  9. Poema «La única puerta». Del libro: El equilibrio de los hemisferios. Gorka Lasa, Editorial Fiat Lux, 2017.

  10. Poema «Viajero atemporal». Del libro:El espasmo y la quietud . Gorka Lasa, Arcana Editores, 2019.

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